PARROQUIA DE LA STA CRUZ

Barrio de la Cruz. Bilbao (Begoña)

31 enero, 2010

LAS EDADES DEL HOMBRE

Los Abuelos

No me estoy refiriendo a esa gran exposición de arte sacro que aún sigue viajanndo dentro del marco privilegiado de nuestras catedrales. Simplemente pienso en la edad del hombre y de la mujer que, al alargarse, hay que buscarle marcos y ámbitos adecuados para cuidar y acompañar su dignidad.

Al preguntar a un amigo por sus padres mayores, más de una vez me ressponde: - Muy bien. Están como reyes. En una residencia como un hotel y con televisor en la habitación.

Y piensa uno que los hay que están peor; pero que lo que más necesitan unos padres es estar en su casa de siempre, con gente de otras edades, sentirse útiles y participar en la medida de lo posible.

A nadie se le oculta que la escasez de espacios, el trabajo absorbente, el colegio de los niños y otras circunstancias problematizan la atención a los abuelos. Pero observando sólo un poco se descubre que su reclamación silenciosa no es tanto por el tiempo dedicado cuanto por la calidad de ese tiempo. No se trata de estar siempre con el abuelo para hacerle feliz. Quizá con un rato, presidido por el interés y el cariño, recibimos el premio de su sensatez que nos dice: - Anda, hijo, que tienes mucho que hacer, que ya ves que yo aún me las arreglo bien.

Por los hijos nos agotamos en desvelos y no se nos ocurriría dejarlos en un hotel y con televisor en la habitación. Después, cuando el hijo crece, consideramos que la situación es diferente y él sí puede hacer eso con sus padres. No parece justo aunque resulte más cómodo. La estadística muestra que las familias humildes y a menudo numerosas, con eso de que no disponen de dinero para una residencia-hotel, gestionan mejor la presencia del abuelo en casa. Y, en premio, él dedica un tiempo generoso y pausado a los pequeños, ya que el genio ha menguado y crecido la ternura. Y al crío le decimos: - Que te lo cuente el abuelo, corazón. Y el abuelo se lo cuenta. Y se siente útil y querido. Y da al hogar un cierto aire juvenil relativo, ya que el papá cincuentón resulta un chaval junto al que rebasa los ochenta.

Conviene recordar estas cosas antes que el cántaro se rompa, o sea, antes que el abuelo falte. Cuando pasen los años y tú vayas viendo a los hijos de tus hijos, te preguntarás si has dado a tus padres tan sólo un poco de lo que ellos te han dado a ti. Y echarás de menos el comentario, el refrán, la carcajada.

Estamos a tiempo de reflexionar y cuidar actitudes. Hacia nuestros padres. Y hacia nuestros hijos.